La noche del viernes el carro blanco de antena larga y lente oscuro (los de la seguridad), no apareció, el barrio con su rumor de esquina empezaba a cambiar de piel, la noche con sus actores noctámbulos miraban al cielo, no apareció tampoco el Team Malin; para evitar sospechas los criminales melódicos llegaron graneados, cual tortugas ninja subieron las starways to heaven, donde Nuestra Herencia se iba a elevar sobre la ciudad dormida con el montuno, el guaguancó y los misterios de estos Asaltantes de tabernas.El Barrio acudió a la cita, como cómplice del hecho criminal que se confabulaba; los Djs ahogaron sin miedo asco ni desmayo la música de la radio comercial, cada uno tenía su propio cargamento musical, unos con sus misiles otros con sus balas perdidas, pero la munición estaba lista para tostar todo rastro de salsa monga. El nuevo montuno llegó y también llegó el montuno del nuevo milenio, de la mano de El Oso, El Chino, Juancho, Mauro, Pachanga y Vanvancito, cada uno con su propio prontuario musical labrado en la calle, en la Taberna, en el estanco, en la esquina.
El Barrio cumplió, subió la temperatura, se despojó del maleficio salsero radial y se entregó en oído y cintura a la melodía que le cumple, que cuenta su historia, que lleva el golpe del tambor como el pulso del corazón enamorao.
Nuestra Herencia, ícono de la rumba, sitio del goce pagano, que atreve a salirse del plástico radial, cada fin de semana reúne al barrio para construir sabor y sentimiento a través del baile y de la salsa, la buena salsa, que a pesar de todo logra llegar a la calle, a la esquina.