Lluvia de tu cielo
Después de un huracán de melodía, la Orquesta decidió complacer a unos cuantos seguidores que en primera fila pedían con vehemencia ”Un cachito pa´huelé”. De tanto insistir, y cuando ya no lo esperaban, sonaron los primeros acordes. Con la maestría del sonero que está en clave, Hermán Olivera entonó la frase irreverente: “Ahora que mama no está aquí, Dame un cachito pa´huelé”. Y a medida que galopaba en el montuno, del cielo empezaron a caer nuevas bendiciones. Gruesas gotas transparentes descendían vertiginosas sobre nuestros cuerpos henchidos de ritmo.
Una tormenta diluvial cayó sobre Cali, como si toda la orquesta hubiera sacudido el firmamento, y los trombones de Conrad Herwig y Jimmy Bosch hubieran convocado a las nubes, y el piano de Eddie hubiera atraído todos los rayos que Changó tenía reservados para nosotros, y el pequeño Jhonny hubiera tocado las puertas del más allá con sus tumbadoras, y Bryan Lynch abriera las puertas del más acá con su trompeta, para que Karen Joseph entrara con su melodiosa flauta a improvisar. La notas ascendían al cielo en espiral, en contravía de una lluvia que arreciaba. Truenos y relámpagos fulguraban más allá del horizonte. Kabio sile pa´Changó. ”Ahora que mama no está aquí, dame un cachito pa´huelé…”
“Oye lo que te conviene…”
La noche avanza y la temperatura sube, como en la canción de los Lebrón… “Oye lo que te conviene…” sonea Olivera, Ray Viera corea a su lado. Jimmy Bosch trombonea como si tocara el bongó, pra pra pra prá… cutu cuprá cuprá…”tienes que bailarlo al compás de la clave…Oiga mire vea – canta Olivera – del puente para acá está Cali… del puente para allá es Juanchito”. Luego la descarga del pequeño Jhonny en las congas que se agitan con el timbal de José Clausell antes de que Conrad Herwig empuje la vara del trombón. Conrad ataca y Jimmy Bosch le responde con un registro menos grave. La briosa trompeta de Bryan Lynch entra en el juego. Es su turno y no puede quedarse atrás, aunque esté atrás en la última fila de la orquesta. En el primer compás recuerda acompañando a Héctor Lavoe en los 80, tocando en Juan Pachanga cuando Juanchito era Juanchito…Lynch lo recuerda malicioso, pero el trío de vientos se atraviesa en la memoria con una moña ahora más intensa. Trombones, trompeta y flauta diseñan su propia ruta melodiosa. Otra vez se soltaron los caballos. Polifonía celestial.
El público en el parque se apretuja. Lo vendedores de música ya no tienen clientes ni curiosos merodeando sus puestos. Sólo hay atenciones para Palmieri y la Perfecta Dos. Todos los melómanos están en su salsa. A quien no le gusta esa malanga…“Está caliente el ajiaco, la sopa quema la boca…” Otra vez resuenan los trombones, Barry Rogers debe estar feliz, Mark Weinstein, José Rodríguez y Joe Donato también. Sus colegas de hoy son tan buenos como ellos hace 50 años, aunque tengan su propio estilo. “Esa malanga, quema la boca, enfríala un poco para comerla sabrosa….”Ay que buena está”, dice Olivera…”Malanga”, canta el coro multitudinario liderado por Ray Viera…El sonero continúa: “a quién no le gusta esa malanga…barriguita llena, corazón contento.” EL obligado de bajo pasa a primer plano. Luques Curtis sostiene la armonía con sus dedos que recorren el bajo con determinación, como el que acaricia una mujer en lo más íntimo. El bongó acompaña la moña, la campana retumba al lado del trombón, campanea bongosero que la polirritmia te llama. En el climax del ritmo la flauta de Karen Joseph se recrea como un jilguero en lo más alto del árbol. “Tirándote flores, Tirándote flores… que yo te tiro mis flores…” y el público corea el montuno en un son afincao que nos recuerda al Bobby Valentín. Otra vez Conrad Herwig con su vara y su trombón, los tres en uno. Como un camión en la avenida, las notas del trombón rompen el horizonte y sus secretos. Parecen los vientos del apocalípsis. Con la potencia de un trombón, no hay virgen que se salve. José Clausell apenas baila con sus brazos largos y su pelo ensortijado como los brujos de la tribu. El cascareo del timbal avanza en medio de los cortes y repiques que improvisan sus manos. El piano de Palmieri, el bajo de Curtis y el tres de Nelson González conversan frente a un público incapaz de bailar. No hay espacio ni tiempo para hacerlo. Este es un concierto para mirar y escuchar con todos los sentidos. Es la Perfecta y verdadera audición de los melómanos. Vista hace fe. Un bongó suelto se acelera como llamando la atención contra el olvido. El muchacho no tiene cara de ser un músico celestial. Orlando Vega en el bongó parece apenas lo que es: un joven mulato como cualquiera del Caribe, o del Pacífico, o de Cali. “Y yo tirándote”, pregona el sonero…”y yo tirándote”, replica el coro, antes del interludio. Conrad Herwig sacude su pierna izquierda, levanta su brazo derecho y dispara un cañonazo contra los piratas del mal gusto. Jimmy Bosch le riposta y Brian Lynch se mete en la controversia. El mambo diablo de Arsenio nunca había sido tan especial. Un mambo inolvidable, una moña inmortal. Eddie Palmieri en Cali. El tiempo será testigo.
El sólo de piano nos recuerda la solemnidad del rito. El maestro está en lo suyo, mira de paso al público que lo mira y las miradas se multiplican. Las teclas ríen y lloran a la vez con una improvisación que viene de lo más profundo. Con Nelson González rinden homenajes a tantos músicos que ya no están. Es una larga rapsodia hecha de fragmentos que todos llevamos en la memoria. Clausell y el cascareo discreto en los costados del timbal, también homenajean al piano cuando está en el centro del concierto. El público responde agradecido… estupefacto. “Y yo tirándote” - dice Olivera – “Quiero comprarte una casa en Cali o en Palmira…” ¿A quién le estará cantando?
“Azúcar pa´ti…”
Se acerca el final y “el ritmo que traigo es azúcar, azúcar pa´ti”. Azúcar pa´Cali canta el trombón, y Karen que baila, y Olivera que pregona: “melao pa´l sapo, el sapo quiere melao, chumba la catera máquinolandera, oye cómo va, mi ritmo, bueno pa´gozar y más azúcar pa´ti y más azúcar pa´Cali. Esto sí es salsa caballero. El sapo quiere melao y Bryan Lynch se lo sirve en los riffs de la trompeta. Bábara batiri, Azuquita pa´ti…” Batakum ta - ta, “vámonos pa´l monte que el monte me gusta más, aquí en las grandes ciudades se acerca la depresión, aquí en las grandes ciudades se acerca la represión…”. Pra pra pra pra, retumba el trombón de Conrad. Pra pra pra pra, una bomba va a estallar, pero no se preocupen los de la seguridad democrática, que esta es una bomba de alegría, no de las que matan por matar.
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“Vámonos pa´l monte que el monte me gusta más…” Y pa´los que les gusta el monte, ¡que viva la personal !. Ahora siguen los mambos, el mambo diablo de Arsenio, una moña pa´ guarachar. El trombón de Conrad y luego Bosch, “este mundo está travieso… y peligroso”, sonea Olivera, “dicen que poquito a poco se acerca la represión”, nuevos vientos al unísono, buenos vientos buena mar. El parque está que se cae, pero no tiene donde caer. Es el templo sagrado de la salsa. De nuevo un corte para que ataque el maestro, más piano en memoria de Charlie, y una descarga de Jimmy Bosch para que el público enloquezca. Y luego Herwig, y luego Lynch, alternando las notas graves y las agudas, con los registros medios, mientras Nelson González con su tres parece un cuatro en la tarima. Es Eddie Palmieri y la Perfecta Dos. Palmieri y su banda están en trance, el público también. Al final, un solo de José Clausell, a manera de despedida en los timbales. Y por último, una descarga inolvidable del pequeño Jhonny volando muy alto sobre las tres tumbadoras. Son los vientos del apocalípsis, el mundo se va a acabar, que bueno que acabe así, porque después de ver esto, uno puede morirse, tranquilamente feliz.
Nadie quiere moverse de su sitio. Las diez mil personas que se abarrotaron para este bautizo colectivo de la salseridad están plenamente satisfechas. Después de ver a Eddie Palmieri en Cali, la gente puede creer en Dios. Nosotros seguimos confiando en los orishas..