La suerte estaba echada, la música hija del tambor y de la misteriosa alquimia del alma negra, vibrarían dentro de mi desde los primeros años como si un designio cósmico de fechas estelares hubiesen descubierto que a un nivel superior a la soledad y el éxtasis estaba ella, la música, única y mística, para acogerme entre sus brazos de pentagrama.
Si, en el mismo año del nacimiento simbólico de la salsa, días después del mítico concierto en el Cheetah, lejos, muy lejos, mis pulmones empezarían por primera vez a respirar el aire mágico de esta Cali salsera, a sentir la lejana y nostálgica vibración de las rumbas pasadas que llenaron de alegría las calles sin asfalto de mi barrio; muchas noches, la magia sonora del vinilo y de la clave serían mi canción de cuna.
Ese mismo día, con las mismas nostalgias, las mismas esperanzas, y el mismo susurro del tambor, nacería, cuarenta años antes, el Sonero mayor, uno de los hijos mas grandes que daría la salsa, Maelo, Ismael Rivera. Su cinco de octubre lo llevaría a ser la voz melódica de nuestra soledad y de nuestro éxtasis; mi cinco de octubre me llevaría a recorrer la calle y a encontrar su voz profunda y sincera en todas las esquinas, en todas las rumbas, en todas mis soledades, como si hubiéramos nacido en el mismo barrio. Feliz cumpleaños.